Mi opinión: Responsabilidad compartida… pero con facturas distintas.
Todos compartimos la responsabilidad en algún nivel: cada decisión de consumo, cada hábito cuenta. Pero esa factura no se distribuye en partes iguales.
Las pequeñas acciones individuales son necesarias, sí, como semillitas de cambio. Pero si queremos que germinen, necesitamos arreglar el suelo —es decir, transformar las estructuras políticas, regulatorias y económicas.
La responsabilidad es profundamente desigual: los grandes actores (países históricamente industriales, corporaciones, sistemas de producción lineal) tienen una cuota de responsabilidad muchísimo mayor (no solo por lo que contaminan ahora, sino por cómo moldean el sistema que nos obliga a consumir).
El cambio climático combina injusticia social (quienes menos contaminan sufren más) y desequilibrios estructurales (quienes más pueden le ponen la correa al sistema).
Conclusión: La crisis climática exige responsabilidad de todos, pero con una facturación distinta: los procesos individuales importan, pero sin transformar las reglas del juego, no alcanza. Los grandes actores deben asumir una parte proporcional de la carga, y sólo así podemos equilibrar la balanza.
Desde mi aporte, como ciudadana, cuidamos la energía. Instalamos paneles solares en casa para autoabastecernos. Separamos los residuos, eso es ya casi obligatorio. Hacemos compost con los húmedos para abonar nuestra huerta. Educamos a nuestros hijos para ser responsables con los impactos que generan no cuidar el medioambiente. Creemos que es absolutamente insuficiente, pero es nuestro granito de arena.